Despacio, Alberto fué quitándole una a una las prendas. Una hilera de luces tenues color ámbar iluminaba el lugar, ahora oculto a las miradas de la gente, mientras aquella silueta iba quedando despojada de sus ropas. Sus manos, diligentes, desabrochaban con cuidado los botones de la blusa uno a uno hasta dejar a la vista aquella piel de tono perfecto. Cuando hubo terminado con la última prenda, retrocedió unos pasos y contempló en silencio el resultado. Cerró los ojos y barajó la infinidad de posibilidades que ahora se mostraban frente a él, sin saber por dónde comenzar. Finalmente abrió los ojos, suspiró y, sonriendo, avanzó hacia ella... -¡Alberto, carajo! Si no terminas de una vez de vestir a ese maldito maniquí te voy a dejar encerrado en la tienda y a ver quién te saca.
Comentarios
Es grato descubrir a sensibles tejedores de palabras. Desconocía a Renée Ferrer.
Un saludo.
Perdón, te iba a decir que ese poema es hermoso, me gustó... bello y triste... profundo... fue como ver el comienzo de una lágrima, q nace y cae.
Gracias Yan.
TQMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMMUCHO!
No lo olvides.
Besotes!
mit liebe
deine kleine Jo
^.^
P.S: Ando chifladita por mi cuenta en el blogger, wii si mi primera vez firmandote asi, se siente raro :P de todos modos, me encanta! :) Vague y divague en rosa-toronja!