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To Ms. "O"

Quise, en la oscuridad, permitirle el vuelo a las palabras. La luna, ausente, se cuela de a poco en mi pecho profundo por la nostalgia de otros tiempos. Ignoro tus ojos, tu expresión al leerles, pero igual (me) escribo. Duerme.

Palos de ciego

De a poco, entre cadenas que el viento mueve a su paso se desdibuja tu silueta en cada bocanada. Con múltiples rostros te he soñado, hasta olvidar los rasgos primigenios de tu idea. Allí, en el exiguo rincón en que el hierro no corta y la mano no alcanza más que el mito. Allí, aquí, donde el filo de la cordura se desgasta carcomido a pedazos por el calendario. Me dueles más que saberme iluso mercachife de tristezas, de sueños, de vapores, de vagas ideas incompletas que en mis delirios alguien tacha de poemas...

Si Dios fuera una mujer

¿Y si Dios fuera mujer? pregunta Juan sin inmutarse, vaya, vaya si Dios fuera mujer es posible que agnósticos y ateos no dijéramos no con la cabeza y dijéramos sí con las entrañas. Tal vez nos acercáramos a su divina desnudez para besar sus pies no de bronce, su pubis no de piedra, sus pechos no de mármol, sus labios no de yeso. Si Dios fuera mujer la abrazaríamos para arrancarla de su lontananza y no habría que jurar hasta que la muerte nos separe ya que sería inmortal por antonomasia y en vez de transmitirnos SIDA o pánico nos contagiaría su inmortalidad. Si Dios fuera mujer no se instalaría lejana en el reino de los cielos, sino que nos aguardaría en el zaguán del infierno, con sus brazos no cerrados, su rosa no de plástico y su amor no de ángeles. Ay Dios mío, Dios mío si hasta siempre y desde siempre fueras una mujer qué lindo escándalo sería, qué venturosa, espléndida, imposible, prodigiosa blasfemia. -Mario Benedetti (14/09/1920 - 17/05/2009) Sit terra tibi levis
Harto de revivir a cada instante las caricias de tus manos manos agua te exorciso de mi mente y me sorprendo invocándote después sobre mi almohada Con el humo del incienso mirra y oro te hice ofrenda de mis venas los rosales florecieron nomeolvides en cada cortina donde se posaban las negras alas de tus cejas Te busco a cada instante y no me encuentro se me han perdido los ojos bajo la tarde dígame usted si les ha visto lloran en tinta líneas que nunca riman más que sangre Palpitas bajo mis sábanas cada noche rumoreas gotas de sudor alquitranadas quise atrapar tus labios se me escaparon huyeron disfrazados de despedidas inolvidables -JP
Despacio, Alberto fué quitándole una a una las prendas. Una hilera de luces tenues color ámbar iluminaba el lugar, ahora oculto a las miradas de la gente, mientras aquella silueta iba quedando despojada de sus ropas. Sus manos, diligentes, desabrochaban con cuidado los botones de la blusa uno a uno hasta dejar a la vista aquella piel de tono perfecto. Cuando hubo terminado con la última prenda, retrocedió unos pasos y contempló en silencio el resultado. Cerró los ojos y barajó la infinidad de posibilidades que ahora se mostraban frente a él, sin saber por dónde comenzar. Finalmente abrió los ojos, suspiró y, sonriendo, avanzó hacia ella... -¡Alberto, carajo! Si no terminas de una vez de vestir a ese maldito maniquí te voy a dejar encerrado en la tienda y a ver quién te saca.