Por un instante fugaz como un latido, los ojos de la niña reflejaron un fulgor incandescente. Frente a ella, el cuerpo exánime del párroco se desplomó sobre las lozas de mármol del coro. Su cabeza, siempre recordaría esa imagen, golpeó el suelo con un sonido seco, con el rostro vuelto hacia donde estaba ella, dejándole ver el sangrante boquete entre los ojos por el que había penetrado la bala destructora. Voces graves y horribles resonaron aquí y allá maldiciendo, acompañadas del insoportable traqueteo de las armas, que retumbaban por todas partes; en un momento se escuchaban detonaciones cerca de la sacristía, después en dirección del altar mayor y luego junto a la puerta… La niña, que permanecía escondida bajo una antigua mesa de roble, cerró los ojos con espanto, y las imágenes terribles de los demonios deformes y furibundos que había visto varias veces pintados en los retablos de la capilla dedicada las ánimas del purgatorio llenaron su mente. Los imaginó de cuerpo entero, gran...
¿A dónde ir cuando no quedan islas para naufragar?