
Cuentan que hace mucho, mucho tiempo, los dioses hicieron un mundo de papel. Era de papel, porque las cosas que valían la pena eran demasiado frágiles para poder sobrevivir.
Cuentan que ese mundo no pudo durar mucho, se debatía por las guerras, por la falta de valores y el hombre murió porque no encontraba el sentido a vivir.
Más allá de todo, más allá de que las cosas tangibles fueran frágiles, lo eran también los sentimientos, lo eran también los corazones, lo eran también los recuerdos.
Y entonces olvidar era fácil, herir era un hábito y morir era un simple ciclo.
El dolor tampoco existía, los dioses decidieron que el hombre podría no sólo cerrar los ojos, sino también los oídos, la nariz, privarse del tacto, del gusto, de todos los sentidos. Entonces deshacerse del dolor era fácil, sólo bastaba encerrarse en el mundo de papel.
La gente si no quería escuchar algo feo, desagradable, cerraba los oídos y así lentamente fueron perdiendo comunicación entre sí todos los seres humanos. Algunos se privaban para siempre de sentir, ya fueran cosas agradables o desagradables. Cerraban los ojos, los oídos, sus manos, su boca, la nariz.
Con el tiempo, en el mundo de papel empezaron a crecer nuevos habitantes, pero ellos nacían sin corazón y sin sentidos, al fin que no los ocupaban. Llegó un momento en que ya nadie hacía daño a nadie, pero tampoco nadie daba cariño a nadie. Todos vivían en sus propios mundos, privados de sentidos, privados del sentido de vivir. Privados del poder conocer al otro, de oler, de acariciar y estremecerse, de los sonidos de sus corazones, de aquellas cosas que nos hacen sentir vivos y vulnerables y que nos hacen valorar más la existencia.
El mundo de papel desapareció. Quedaban muy pocos habitantes y estos murieron de la peor de las muertes: de falta de amor.
Porque el amor no sólo nos proporciona cosas tangibles, sino otras que están más lejos del corazón y sin embargo tan dentro de nosotros.
Los dioses entonces decidieron crear otro mundo, donde los seres humanos tuvieran cinco sentidos y a través de éstos pudieran descubrir el mayor de los sentidos, el sentido de vivir.
Les dieron: dos ojos que pudieran abrir y cerrar, pero que sin embargo no dejaran de ver cosas ni siquiera dormidos y entonces también pudieran soñar; una nariz, con la cual pudieran oler tantas cosas maravillosas que la misma tierra crea; dos oídos que a pesar de que intentaran taparlos no dejaran de oír; el tacto, para poder sentir, frío, calor, placer, dolor… y finalmente el gusto, para que pudieran saborear los sinsabores de la vida y los frutos de la misma.
Y para que pudieran encontrar el sentido a la vida, les dieron un sólo corazón que les avisara continuamente de sus heridas propias y ajenas, que les recordara fracasos, pero también alegrías, y que les permitiera tener sentimientos intangibles. Un corazón que no podría cerrarse porque siempre cedería ante el poder de una lágrima, de una sonrisa.
Lo que los dioses no se explican… es cómo a pesar de que le dieron esos preciados regalos al ser humano, éste a veces actúa como si no tuviera sentidos... como si todavía viviera en el mundo de papel.
~Dulce Gaviota (visitar su blog)
Comentarios
No entendí si el texto era o no de Gaviota. Si es de ella, mis felicidades. Me gustó y lo pondría en la mesa de trabajo para ajustar detallitos.
Y concuerdo con mi freter, buen Jean: Gracias!
La Aprendiz de Bruja
[...aunque la maja desnuda cobre 15 y la cama...]
gracias! :)
Cuídenseme mucho, ¡joer!
Te Quiero!!! =)
Saludos saturnianos...me sonrojan los comentarios...