Ven, une tu voz a mi vida.
Desterremos de una vez la sombra
insomne de la incertidumbre.
Llena de madreselvas mis ruinas,
hoy desiertas de poesía.
Lo ignoras, pero desde siglos
te he esperado, paciente,
en cuclillas junto a la orilla del tiempo.
Déjame que te fleche, suave cierva,
para amarte como odian los dolidos;
para elevarte como hacen los ascetas
con su fe de musgo desteñido.
Hoy se me ocurre que puedo atraparte,
hacerte mía con un deseo ferviente.
Mía, como aquella costilla que añoro
desde el lejano principio de mis tiempos
y que me duele siempre, en esta espera
cruel en que hoy dormito.
Y en tanto, tú vives, respiras, deambulas
por el mundo; haciendo tuyos lo árboles,
el pasto, la tarde...
¡Qué injusticia!
Desterremos de una vez la sombra
insomne de la incertidumbre.
Llena de madreselvas mis ruinas,
hoy desiertas de poesía.
Lo ignoras, pero desde siglos
te he esperado, paciente,
en cuclillas junto a la orilla del tiempo.
Déjame que te fleche, suave cierva,
para amarte como odian los dolidos;
para elevarte como hacen los ascetas
con su fe de musgo desteñido.
Hoy se me ocurre que puedo atraparte,
hacerte mía con un deseo ferviente.
Mía, como aquella costilla que añoro
desde el lejano principio de mis tiempos
y que me duele siempre, en esta espera
cruel en que hoy dormito.
Y en tanto, tú vives, respiras, deambulas
por el mundo; haciendo tuyos lo árboles,
el pasto, la tarde...
¡Qué injusticia!
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